sábado, 3 de agosto de 2013

La dulce locura del vestido azul

Eran las tres de la tarde, con el sol de verano sobre mi falda. Fabián fumaba sentado al lado de la puerta ventana sentado en un banco, mirando los autos pasar por la calle. Estábamos en mi casa, bueno, por decirlo de una forma. Era un mono ambiente de un piso. Era luminoso, hasta cierto horario, pues el edificio de enfrente me bloqueaba la luz del sol cuando éste comenzaba a esconderse.  Las paredes no estaban pintadas, por lo que se veía el ladrillo. Cuando entrabas por la puerta principal, veías la puerta ventana donde ahora estaba Fabián, un sillón de tres cuerpos de gamuza, color azul grisáceo, frente a dos mesitas cuadradas donde apoyaba unas carpetas y libros para estudiar. Ahora mismo había una taza de café aún sin lavar, todo esto sobre una alfombra felpuda del mismo color del sillón. Frente a las mesitas estaba mi mueble de madera, al cual le había agregado una pieza de madera a lo largo para colgar una lámpara. Ahí solía tirar las cuentas y algunas chucherías que me regalaban o encontraba por la calle y donde reposaba mi notebook. Al lado de la puerta ventana había un cartel sobre un concurso de pinturas, al cual Fabián había asistido. El cartel me había gustado, así que pedí llevármelo. No fue fácil, es una larga historia, pero finalmente fue mío. Luego había una planta de esas que no tiene flores, si no que son como bolitas blancas sobre las ramas largas. No soy buena con las flores, así que tendrás que intentar imaginar que clase de flor estoy describiendo. Un poco más lejos, hacia la derecha (siempre mirando desde la puerta principal) está la mesa para cuatro, con sus cuatro sillas a juego frente a otra ventana.  Hacia la pared de la derecha, estaba mi cama para uno, por lo que nos teníamos que arreglar cada vez que Fabián venía a dormir a casa, cosa bastante seguida. En la misma pared que estaba la puerta principal, estaba la cocina. Era eso, una cocina y tres muebles más donde guardaba la vajilla y los elementos para cocinar. Parecía que estaba vacío, entre el  poco amueblado que tenía y el inmenso espacio. De todas formas me gustaba, pues tenía el espacio suficiente para hacer lo que quería.

-¿Quieres hacer algo hoy?- le dije a Fabián.


-Podemos ir a dar una vuelta a la playa.- dijo él mientras daba unas pitadas a su cigarrillo.


-Prefiero no ir a la playa hoy, ya que mañana tendremos que ir a la noche.- le respondí yo mientras me vestía. Me había puesto una remera púrpura sin mangas y unos shorts de jean gastados. – Creo que me gustaría quedarme en casa hoy.-


Fabián me miró a los ojos. Era un muchacho atractivo, de pelo castaño y unos grandes ojos negros. Tenía una remera blanca que se le adhería al cuerpo y unos jeans azules. Tenía la tez latina, lo que hacía juego con su pelo. Sus labios eran carnosos y me volvían loca. La forma clara e imponente que tenía de hablar me enamoraba. Era de personalidad muy sincera, siempre diciendo las cosas de frente. A veces le generaba peleas, algunas llegando a los golpes, pero él lo seguía viendo como una virtud, no como algo malo. Lo conocía hace años, de hecho, hicimos juntos toda la secundaria. Ahora teníamos veinte años los dos. Fabián estudiaba arte en la universidad, y yo estudiaba el profesorado de historia.

-No importa, yo tengo que ir a hacer unos trámites por el centro y quedaré con los chicos para hoy a la noche, si no te molesta.- dijo sonriendo pícaro.

-No, no hay problema.- le dije devolviéndole la sonrisa.

Fabián terminó de fumar y se acercó a mí para ayudarme a cocinar. Ayer habíamos ido a una fiesta, aunque volvimos temprano los dos somos de dormir mucho, por lo que habíamos despertado hace poco. Preparamos su comida favorita; tortilla de papas. Comimos en la mesita que tenía en mi balcón, al cual entrabas por la puerta ventana. No faltaba mucho para que sean las cuatro de la tarde, y el sol ya estaba por quedar totalmente bloqueado por el edificio de enfrente.

-¿Qué trámites vas a hacer?- le pregunté mientras él devoraba la comida.

Sin mirarme a los ojos, tragó la comida y bebió un largo trago de agua fría antes de contestar.

-Sacaré el registro para conducir.-

-¡Que bien!- le dije yo.-Ahora podremos recorrer la ciudad sin necesidad de esperar autobuses.-

Él sonrió, pero sus ojos no mostraron verdadera alegría. Lo dejé pasar, él era muy sincero, si algo malo le sucediera, me lo contaría.

A la hora, ya se había ido, la casa había quedado acomodada y las plantas regadas. Como estaba aburrida, imaginé que sería bueno ver a mi mejor amiga un rato para charlar.

-¿Hola?- dijo Anita, mi mejor amiga, cuando la llamé a su celular.

-Anita, soy yo, Dani.- le dije.- ¿Cómo estás?-

Ella tardó en responder, sentí un cuchicheo del otro lado de la línea. Estaba con alguien.

-Bien, Dani, estoy ocupada, trabajando en un proyecto para mi clase de dibujo técnico.-

-Oh… ¿no necesitas ayuda? Puedo ir a tu casa ahora mismo, o si quieres podes venir a mi casa a relajarte…-

-¡No!- dijo ella.- Digo, no es necesario, Dani, ya estoy con un grupo de compañeros haciendo el trabajo. ¡Gracias por llamar amiga, te quiero!-

Y colgó el telefono.

-¿Te… quiero?- dije entre dientes, confundida.

Anita estaba con alguien, y no era un grupo de compañeros. Lo sabía, su tono de voz era sospechoso, la conocía muy bien. Era como una hermana para mí. La conocía de toda la vida, pasamos muchas cosas juntas desde la primaria. Era menuda, con el pelo rizado y rojizo. Sus ojos eran brillosos y  del color del ámbar. Muy atractiva, siempre buscada por los hombres.

Ella nunca antes me había rechazado tan cortante. Yo conocía a su grupo de compañeros, ¿qué problema había en que yo fuera a ayudarles? Tarde o temprano, Anita tendría que decirme la verdad.

 A la noche siguiente, después de pasarme todo el tiempo pensando en lo que Fabián estaría haciendo y con quién andaría Anita, tuve que arreglármelas para ver que me ponía para la fiesta. En realidad, lo tenía bien claro. Me había puesto el vestido azul que mi novio me había regalado. Era un fino pero corto vestido, con la parte de arriba lisa y escote en u, y la falda suelta. De los pocos vestidos que me gustaba como me quedaban cuando me veía al espejo. Mis largos bucles rubios tirados hacia adelante iban hasta mi cintura. Mi rostro, bueno, era lo que tenía y no podía arreglarlo. Era redondo y tenía las mejillas rosadas casi siempre. Fabián siempre me dijo que mi rostro era muy bonito, y que mis ojos verdes le daban mucho brillo. Nunca le creí.

Me vería con él en la entrada de la fiesta, pero ya casi llegando, recibí un mensaje de él diciendo que no podía ir, ya que se sentía muy mal del estómago. Me llamó la atención que me pidiera volver a casa, porque siempre fue de dejarme hacer lo que quería. Como ya estaba arreglada, opté por lo menos pasar un rato a tomar algo. La playa no quedaba muy lejos de mi casa, así que podía volver cuando quisiera.

Los organizadores colocaron cuatro columnas de madera creando un gran rectángulo techado de paja a dos aguas. Del techo colgaron luces de colores y una enorme, rodeada por otras más pequeñas, esfera de vidrios que giraba perezosamente de un lado a otro.  A un costado del lugar había una barra inmensa donde vendían alcohol.  La gente, que era mucha, bailaba alegremente sobre la arena con la música a todo volumen. Había mucho humo y papeles por la pista de baile. Yo me salté esa parte, porque bailar sola no era algo que yo considerase divertido. Tomé un trago de la barra del bar, y fue directamente al mar.

Calmo y oscuro, débilmente iluminado por la luna. Caminé junto al mar durante un rato. Me había encontrado con varias parejas en situación romántica. Los envidiaba, la noche era perfecta para estar con alguien. Casi no había luz artificial si te alejabas un poco de la fiesta, y la noche estaba oscura por culpa de las nubes que tapaban la luna. De hecho, no me di cuenta por donde iba hasta que pisé la ropa de una pareja, quienes estaban teniendo una apasionada noche en la playa. No vi sus rostros, pero veía sus cuerpos muy juntos. Noté que habían parado un instante, y creí que había sido por mi culpa.

-Lo siento.- susurré totalmente avergonzada. Di la vuelta y me alejé de la feliz pareja. 

Aquella situación me obligó a llamar a mi novio. De pie, mirando al mar, lo suficientemente lejos de la pareja como para no escuchar nada, pero lo suficiente para seguir viendo la silueta de sus cuerpos. No contestaba su celular, lo que me preocupaba. Seguro dormía, pero mi situación me impedía no insistir. Volví a llamarlo mientras retomaba mi caminata, ahora más atenta por donde iba para no interrumpir a la pareja. Una y otra vez lo llamé hasta que sentí que estaba escuchando su tono de celular. Primero el de llamada, luego el de mensaje de una llamada perdida. Cuando llegué a la pila de ropa tirada sobre la arena, vi un celular brillando y sonando, con la misma cantidad de llamadas perdidas, y mi nombre en la pantalla. Curiosa, apunté con la linterna del celular hacia la pareja.

Él era un muchacho atractivo, de pelo castaño y unos grandes ojos negros con la tez latina, lo que hacía juego con su pelo. Sus labios eran carnosos y en lo personal era algo que me volvía loca en los hombres. Ella era menuda, con el pelo rizado y rojizo. Sus ojos eran brillosos y del color del ámbar. Muy atractiva, a mi parecer. Ambos estaban muy enamorados, podía verlo en los ojos de los dos. Ella se alarmó al verme, y parecía que iba a llorar de la vergüenza. Yo, para evitarlo, di varios pasos hacia atrás.

-Dani… perdón.- dijo ella.

¿Cómo sabía mi nombre aquella mujer? Nunca antes la había visto, pero no podía negar que la encontraba muy familiar. En ningún momento dejé de caminar hacia atrás, mirándolos. Se separaron y vistieron rápidamente. Yo me asusté, porque ver a dos extraños seguirte y llamándote a gritos por tu nombre, era algo alarmante. Corrí hacia la fiesta, con el corazón latiendo a mil por hora. Quería llorar y no entendía por qué, supuse que por la vergüenza de interrumpir a dos extraños y que estos te persiguieran gritando tu nombre. Tomé el primer taxi que encontré y me escondí en mi casa.

Al día siguiente desperté sola, con el vestido azul manchado por vino, en mi sillón. Mi casa estaba dada vuelta. Me dolía el pecho y mi maquillaje corrido indicaba que había pasado la noche llorando. Guardaba enojo mezclado con tristeza. Recordaba la noche anterior como algo que había sucedido hace mucho tiempo.

Con total desgano, me preparé algo para comer. Vi el reloj y era apenas pasado el medio día. Apenas tenía hambre, apenas tenía ganas de cocinar, apenas tenía sentido lo que hacía. Cuando giré mi vista hacia la puerta ventana, lo vi de pie mirando hacia la avenida. Corrí a abrazarle, a decirle que lo amaba y que le perdonaba todo. El me vio correr hacia él, y cuando lo abracé, ya no estaba. Se había esfumado.

Así pasaron los días, con él aparecieron y desaparecieron todo el tiempo. El sol ya no estaba, el correr del tiempo se hacía más lento. Comencé a sentir que las cosas no servían para nada. Todo me recordaba a él, y dolía. Poco a poco fui vendiendo todas mis cosas. El sillón, la notebook, la cama, la cocina… sólo me quedó una silla y un espejo de pie roto y antiguo, además del vestido azul que aún llevaba puesto. Durante el día me pasaba mirando el espejo, contemplando escenas de ellos dos, amándose. Anita era mejor para él, compartían la forma de ver al mundo. Yo siempre se lo discutía. Ella era más guapa, siempre lo fue. Más lista y vivaz. ¿Por qué iba a quedarse conmigo? Durante las noches subía al tejado del edificio. Allí miraba la playa oscura, con una luna sin brillo. Al ver la luna, no podía evitar recordar los fríos abrazos en el mar. Tiritaba de frío, en las noches de verano.

Una tarde gris, como tantas otras desde aquella vez, el timbre de casa sonó por primera vez en tanto tiempo. Admito haber olvidado casi como era ese sonido. Cuando abrí la puerta, sin preguntar, vi que había una joven muchacha. Era muy parecida a mí, de pelo largo, ojos claros y una cara de facciones redondeadas. Tenía unas sandalias, shorts de jean y una remera azul.

-Hola.- dijo ella sonriendo.

No le respondí, me limité a mirarla seriamente.

-Eres Dani, ¿verdad? Soy una amiga de Fabián. Me ha hablado mucho de ti.- dijo sin dejar de sonreír.- ¿Puedo pasar?-

Yo me encogí de hombros, porque ya todo me daba igual.

-Soy Alma. Fabián me ha contado del incidente… y de que no han hablado desde entonces.- dijo ella mientras se ponía frente al espejo roto.

Me senté en la silla, quedando ella entre el espejo y yo.

-Sí, bueno, no tenía en interés en hablarle. Entiendo que se haya ido, solo me quedaba cumplir mi condena. Ya es bastante dolorosa como para encima tener que verlo con otra. Decidí apartarme de su vida, aunque ya no me quede nada sin él.-

-Oh Dani.- dijo arrodillándose y mirándome a los ojos.- Él también está muy dolorido por lo que pasó. Quiere hablar contigo, pero no se anima a buscarte, teme que te ponga mal.-

-Tiene razón.- dije mientras huía a su mirada.

-Dani, créeme, será mejor para ambos si logran hablar del asunto. Mira como esta herida mal sanada te ha consumido. No vale la pena seguir así, ¿verdad?-

Yo negué con la cabeza. El pecho me dolía, a la altura del corazón, donde tenía una mancha de vino en el vestido.

-Sé donde vive, si me acompañas, juntas podemos buscarlo y hablar.-

La miré a los ojos y supe que tenía toda la razón. Me dolía mucho el pecho y estaba cansada. Tenía el alma atormentada.

Nos pusimos de pie encaminándonos a la puerta. El pecho me dolía mucho y la mancha de vino se expandía sin sentido. Miré mi casa vacía con nostalgia. Algo me decía que sería la última vez que la vería.


…La encontraron gracias a un vecino que dio el aviso de que algo extraño sucedía. Por lo que nos informaron, la joven se encontraba en su casa, sola. El vecino, quien aseguraba que la chica no recibía visitas hace mucho tiempo, la escuchó hablando sola. Cuando se acercó a la puerta, la escuchó gritar. Intentó derribar la puerta, pero no pudo abrirla. Al llegar la policía, la encontraron muerta con un vestido azul y un cristal clavado en el pecho…

La visita

Desperté con una tierna sonrisa en el rostro. Lo sé, porque podía sentirla. Era uno de esos días en los que te sentís muy optimista sin motivo alguno. O quizá sí tenía motivo… ¡Voy a casarme! Thiago, mi novio, me lo propuso ayer por la noche. Habíamos ido a un restaurante de lo más fino. Vino, buena comida, y de postre, la propuesta. Fue una noche muy emocionante.

Verlo dormido, sonriente, conmigo, me llenaba de paz. Tenía el cabello corto y parado, del color del chocolate, a juego con su tez de bronce. Era de baja estatura, igual que la mía. No tenía ningún problema con ello, de hecho, me gustaba. Yo era muy pálida, y contrastaba de manera graciosa con su piel cada vez que nos tomábamos de la mano.

Creo que lo desperté cuando con mi mano comenzó a viajar absorta en su brazo izquierdo. Sus ojos miel me miraban brillosos de alegría. Permaneció quieto en todo el momento en el que le acariciaba. Sonreía, y yo no pude evitar hacer lo mismo. Ninguno de los dos habló, porque hablar sería romper aquél clima mágico que se había producido. Había visto en mi reloj despertador que eran las seis de la mañana. El sol de invierno aún no aparecía. Supe, en el fondo de mi ser y con toda la pereza del mundo, que tenía que salir de la cama. Thiago también lo sabía, por eso habló primero.

-Buenos días…- susurró.

-Buenos días.- le respondí yo con un beso.- ¿Desayunamos?-


Él asintió. Salimos de la cama casi al mismo tiempo, corriendo a buscar abrigo. Me vestí en tiempo record, unas medias largas negras, botas negras (regalo de aniversario número cinco) una camisa larga a modo de vestido, debajo de un trench blanco. Y claro, como siempre, un pañuelo. Hoy, sería el rojo. Ya estaba vestida, así que tocaba lo siguiente; desayunar. Thiago se había puesto un sweter gris, el que yo le había regalado por su cumpleaños, una camisa celeste y una corbata bordó. Además de sus pantalones de gabardina color negro, con sus zapatos marrones.


Para desayunar, un buen café con leche y tostadas. El living era amplio y cómodo. En el centro estaba la mesa cuadrada, donde entraban ocho personas. Sus sillas, a juego, claro está. Tenía una lámpara colgando sobre ella, bastante cerca. El techo era alto, por lo que la lámpara tenía un largo cable. Fue idea de Thiago, que le vamos a hacer. Detrás de la mesa, si te paras desde la puerta de mi habitación, había un gran ventanal con un sillón individual cerca, donde solía leer mis novelas románticas. El ventanal daba al pequeño balcón, donde había puesto unas cuantas macetas con plantas. Desde ahí, tenías una hermosa vista a la ciudad. A la izquierda de la mesa, estaba la puerta sobre una pared blanca. Al fondo a la izquierda, habíamos puesto un gran sofá gris oscuro de gamuza. A sus costados tenía dos mesitas donde reposaban dos lámparas más. Frente al sillón habíamos puesto una mesita de té, junto a dos sillones individuales a juego. El sillón estaba sobre una pared de ladrillo, porque me pareció un detalle muy bonito y pintoresco. El techo era de madera, y cerca de la mesa había una gran columna de madera, al igual que el piso. Eso, admito, me enamoró. Amaba la combinación de la madera con cualquier otro material. No me preguntes por qué, pero así era de chiquita.


Thiago estaba preparando la mesa con el desayuno cuando su celular vibró. Era de la oficina, por lo que pude pispear a lo lejos. Era su secretaria, Nora, una ex compañera de secundaria. No me generaba celos, porque ella era muy respetuosa. Lo cierto es que nunca lo llamaba a no ser que fuera una real emergencia. Thiago, a su pronta edad, ya tenía a cargo mucha gente. Era gerente general en una empresa de comunicaciones, así que sí, le iba muy bien. Habló con ella durante dos minutos, quién los cuenta, y colgó. Me miró preocupado, pidiéndome perdón con los ojos.

-Me llamó Nora y…- comenzó a decirme.

Yo me le acerqué, le arreglé el nudo de su corbata bordó y lo callé con un beso.

-No te preocupes, podemos empezar a hablar del tema hoy a la noche, ¿quién nos corre?- le dije sonriendo. Esta feliz, no tuve que forzarme en lo más mínimo.

Thiago me devolvió la sonrisa junto a un beso. Tomó sus llaves del auto y se fue. Por mi parte, desayuné sola, con una bandeja sobre mi sillón individual mirando hacia la ciudad. Claro que después tuve que salir corriendo de casa, pero no me arrepiento. Salí de casa, disponiéndome a caminar. Era un hermoso día, con un sol de invierno y una brisa suave. Tenía auto para ir al trabajo, pero era cerca, además no quería desperdiciar aquél día. Caminé, entonces, sonriente.

Trabajaba en una tienda de ropa, como supervisora y cajera. Cada tanto iba de vendedora, cuando amiga Lidia se ausentaba. Hice dos cuadras cuando mi celular comenzó a sonar con mi canción favorita. Era mi madre, la cual admiraba mucho. Madre soltera y joven, luchadora. Había resignado su vida social para salir a trabajar y así alimentarnos a mi hermano menor y a mí.


Hablamos un poco sobre uno de los estudios médicos que tuvo que hacerse por control, hasta que le conté la gran noticia. Se puso muy contenta, se notaba en su voz que estaba emocionada.


-Estoy tan feliz por ti, hija. Me alegro que te vayas a casar. ¡¿Cuándo será?!- 


Yo me reí, nerviosa y alegre.

-No lo sé, ma, aún no lo hemos arreglado con Thiago, ¡Apenas ayer me lo propuso!-

-Hija… creo que voy a llorar de la emoción. Te quiero mucho y te deseo lo mejor.- dijo ella.

-No llores, que empezaré a llorar yo también.- le respondí yo mientras cruzaba la calle.- Yo también te…-

No lo vi venir. Estaba cruzando la calle, despistada, y sólo pude oír el chillido de unas ruedas contra el pavimento. Voces… había voces de gente preocupada. Me dolía un poco el cuerpo, pero no ya sabía porque. Las voces se iban apagando poco a poco, el sonido de una ambulancia se quedó a lo lejos. Todo estaba oscuro, frío.

De un salto desperté en mi cama con un fuerte dolor de cabeza. La luz del sol de verano me cegaba. ¿Verano? ¿Como era posible que sea verano? Thiago no estaba en la cama y miré el reloj, pero no funcionaba. No marcaba la hora. Salí de mi cuarto. Tenía puesto un jean azul, con una simple remera púrpura de manga corta. El living estaba como siempre, con la diferencia de que había un sol que brillaba intensamente y no podía ver mi balcón a causa del reflejo. Pero ese sol no me cegaba, si no que era cálido, amable y hasta provocante. De todas formas, lo más extraño fue verla a ella sentada en una de las sillas, con una taza humeante en la mesa.


-¿Lidia?- pregunté yo.

Ella me sonrió. Era mi mejor amiga, con su moreno y ondulado pelo moreno, sus ojos chocolate, además de su reconfortante sonrisa. Vestía un vestido blanco al estilo griego, que le quedaba muy bien. Siempre fue muy bonita, pero ella no opinaba igual de sí misma. Aunque no era su estilo, y era raro que se hubiera vestido así para un día de trabajo, no dije nada.


-Hola, Diana.- me respondió ella.- Quería hacerte una visita, y tuve el atrevimiento de esperar aquí hasta que despertases. Ven, siéntate conmigo.-


Me senté en una esquina de la mesa, junto a ella. Al hacerlo, mi mano derecha comenzó a picarme muy despacio. Lo ignoré por ahora, supuse que sería por dormir en una mala posición. Miré a Lidia a los ojos.


-¿Cómo… entraste?- le pregunté.- No es que me moleste que estés aquí, eres mi mejor amiga y me encanta que vengas a visitarme, pero… si yo dormía…-

Lidia se rió.


-Thiago me abrió la puerta. Como te dije, al ver que dormías, me tomé el atrevimiento de esperarte. Ojala no te importe que haya tomado una taza de café.- contestó.

-No, para nada, eres siempre bienvenida. Pero… no entiendo.-


Ella ladeó la cabeza, borrando su sonrisa del rostro, poniéndose seria.


-¿Qué no entiendes?-


Respiré hondo antes de responder. Sospeché que Lidia iba a tratarme de loca, porque lo cierto es que era una locura.

-Creo que fue un sueño pero… fue también muy real. Soñé que iba por la calle, contándole a mi madre que me iba a casar.- hice una pausa. Recordaba que iba a casarme, pero no recordaba como lo sabía.- Todo se hizo frío y oscuro. Luego desperté, el reloj no marcaba la hora y hay un sol de verano impresionante, aunque sea invierno.-


Ella no se rió, y escuchó todo atentamente. Asintió con la cabeza, sabiendo algo que yo no.

-Seguro fue un sueño, Diana, no te preocupes. Lo del reloj… hubo un corte general de luz ayer por la madrugada, apuesto a que se ha descompuesto. Y lo de tu madre, bueno, dicen que cuando extrañas a alguien tanto, sueñas con esa persona.- luego Lidia sonrió.- ¿Así que te vas a casar? ¡Que emoción!-


 Recordar mi casamiento generó un malestar mayor en mi mano. Cuando recordé a Thiago, fue peor.

-¿Te duele la mano?- preguntó Lidia.

Yo negué con la cabeza.

-No es nada, no me duele, sólo me molesta. Es como un leve tirón.- le dije yo.- Debe ser por haber dormido en una mala posición. Por cierto… ¿Dónde está Thiago?-


-Bueno, cuando me abrió la puerta, recibió una llamada urgente. Salió corriendo, pero no me dijo a donde.-

No me sorprendió, en parte. Que tuviera una llamada urgente y saliera corriendo, bueno, era bien propio de la personalidad de Thiago, siempre responsable con su trabajo.

Hablamos entre risas durante una hora, más o menos, porque ningún reloj marcaba la hora y el sol permanecía en el mismo sitio. El tirón de mi mano se mantuvo estable, pero me preocupaba que durase tanto tiempo. Aunque había intentado disimular la molestia, fue instintivo cubrir mi mano con la otra. No pude evitar que Lidia se diera cuenta.

-¿Segura que no te molesta la mano?- me preguntó ella.

-Siento un tirón, pero no sé de que es. Por la tarde iré al médico.- le prometí.

Lidia suspiró, otra vez ocultándome algo.

-Suéltalo, Li, llevas ocultándome algo desde que llegaste.- le acusé.- ¿Qué pasa?-

Ella miró al café, todavía humeante. Me estaba comenzado a poner nerviosa.

-¡Habla de una vez!- le grité, perdiendo los estribos.

-¿Recuerdas cuando nos conocimos?- me preguntó ella. Estaba seria, y parecía triste.

-¿A qué viene eso?- le pregunté yo.- ¿Cómo podría olvidarme? Nos conocimos…-

Ambas permanecimos en silencio. Busqué por mi mente, pero no lograba recordar. Sabía que conocía a Lidia hace muchos años, pero no recordaba con exactitud. Me pregunté si a los veintiséis años aquello era normal.


-No lo recuerdas.- dijo ella, afirmando.- Sabes que nos conocimos hace mucho, pero no recuerdas cuando. Tampoco recuerdas como Thiago te propuso matrimonio, pero sí sabías que te casarías. Recuerdas que estuviste con hombres antes que él, pero ya casi no recuerdas sus rostros ni sus nombres.-


Abrí los ojos como platos. Intenté recordar lo que ella me había dicho, pero no podía. Recordaba tener un hermano menor, pero no cuando había nacido. Recordaba que había estado con Thiago mucho tiempo, pero no recordaba cuanto tiempo exacto. Lo que era extraño, porque yo siempre lo tenía presente en mí. No recordaba mi color favorito, aunque sabía que tenía uno.

-Poco a poco, te irás olvidando de todo. Primero, los detalles, como lugares donde ocurrieron las cosas, el orden de cómo sucedieron. Después olvidarás cosas importantes, como tu familia, amigos y estilo de vida. Olvidarás a quién más amas, y finalmente olvidarás quién eres.- agregó.

Yo me puse de pie.

-¿¡De qué estás hablando?!- Le grité.- ¿¡Qué me está pasando?!-

Ella esbozó una leve sonrisa.

-Lo normal, amiga.- respondió Lidia.- A todos les sucede cuando es la hora.-


La miré muy confundida.

-No entiendo a qué te estás refiriendo. Explícate Lidia, sé que sabes más de lo que estás diciendo.-

-Tú también lo sabes, Diana, pero te niegas a siquiera pensarlo. Vamos… sé que no has olvidado el accidente de hace un rato.-

-¿Qué accidente? Si desperté esta mañana…-

Caí en la cuenta mientras caía al suelo de rodillas. Destellos en mi mente me atosigaban. Recuerdos. Mis últimos recuerdos. Recordaba perfectamente estar hablando por teléfono con mi madre cuando un auto me atropelló. Podía verme en la ambulancia, dormida y ensangrentada, desde afuera de mi cuerpo. Escuchaba claramente mis agonizantes latidos.

-Me… me…- dije en estado de shock, cuando las imágenes habían cesado.

Miré a Lidia, quién asentía.

-Aún no has muerto, no del todo.- dijo ella.

Entonces la miré más confundida que nunca.

-¿No del todo?- le pregunté.

-No… hay un mortal que aún te ata a su mundo. No quiere dejarte ir, por lo que has llegado hasta aquí. Todavía no has llegado al cielo, querida.-


Ya no era Lidia, podía verlo. Sí, era ella físicamente, pero nunca fue mi mejor amiga. Era más vieja, más sabia. Supo distraerme todo este tiempo. Pero ahora ya entendía todo.

-Eres la Muerte, ¿verdad?-


-Sí, y vine a acompañarte.- dijo ella. – Al morir, todos tienen que realizar una última decisión. Pueden elegir entre ir al más allá y aventurarse a lo desconocido, o quedarse en la tierra, vagando.-

Me quedé en silencio, sin poder hablar, sentada en el suelo. El tirón de mi mano comenzaba a volverse algo insoportable y no me dejaba pensar.

-Si acaso me morí, ¿por qué me molesta la mano?- pregunté.

No tuvo que responderme, porque comprendí aquella sensación. Thiago.

-Él es el mortal del que hablabas, ¿no?-


-Sí, no puede soltarte, te amaba de corazón, y tu partida lo está atormentando. No puede aceptar que te hayas ido de su lado.- respondió tranquilamente.

-¿No se supone que estoy en todos lados?- pregunté yo, ilusa.

Lidia rió.

-No debería decirlo, pero en este preciso momento, querida, no estás en ningún lado.-

-¿Puedo verlo, una última vez?- pregunté yo.

Ella sonrió. De la taza de café, comenzó a salir mucho humo. Se había creado una pelota de humo, flotando en el mismo lugar. A través de ella, lo vi. Estaba sentado en un banco, junto a mí. Yo estaba acostada en una camilla de hospital, mientras él me sostenía la mano derecha.


-Vuelve, por favor.- le oí decir entre llantos mientras me besaba la mano. Cuando lo hizo, sentí sus labios, como si estuviera al lado mío.- Vuelve.-

Su voz se oía distante, pero yo no podía sacarme la sensación de tenerlo conmigo. Quería llorar, porque no toleraba verlo tan triste. Me puse de pie. La pelota de humo seguía mostrándome como la persona que amaba sufría. Quise borrarla de un manotazo, pero no sirvió de nada. La imagen seguía  ahí.

-No puede negar lo que sucede. Ya no. Debes decidir, Diana, si quedarte en la tierra como un fantasma, o ir al más allá.- dijo seriamente señalando la ventana, donde se veía un fondo blanco y brillante, como mirar al sol sin cegarse.

-¿Qué pasa si me quedo en la tierra?- pregunté.

Lidia suspiró.

-Serás un fantasma, que poco a poco irá olvidando quién es.-

-¿Si es tan malo, por qué lo ofreces como una alternativa?-


-Algunos prefieren no ir al más allá, por miedo a sufrir un castigo o la duda de su destino. El más allá puede ser incluso peor que ser un fantasma. Pero no se sabe, depende de cada uno. Puede que el cielo tenga mar, que sea un buen lugar para ver llegar a tu ser querido, o puede que tengas que sufrir el destierro sin él. Decide tú, que harás.-


Asentí con la cabeza, decidida.

-¿Puedes cumplirme un último deseo, antes de mi decisión?-


-Dime cual es, y yo decidiré.- respondió Lidia.

-Quiero ver su futuro.- susurré.

Lidia no respondió y mi vista se volvió negra. Ya no estaba en el living, si no que estaba parada en medio de la nada. Entonces, sin previo avisó, comenzaron a caer pequeñas imágenes sueltas, eran fotos que caían de la nada. Iban y venían. Al verlas, pude notar que era la vida de Thiago. No todo eran fotos, algunos eran retazos de papel escritos, pensamientos que tuvo a lo largo de su vida. Los primeros eran de cuando era niño, pasando de su adolescencia hasta cuando nos conocimos. Vi su miedo a mi rechazo, vi su verdadero amor hacia mí. Quería correr y abrazarlo, y al saber que no podía, rompí a llorar desconsoladamente. Su vida fue pasando de foto en foto, hasta que un papel cayó en mis manos. Era su nombre y el de otra mujer. Suspiré tranquila, sería feliz otra vez. Vi su vida pasar ante mis ojos, y no podía desearle nada mejor. Se merecía ser feliz y lo sería.


Re aparecí en el living, con Lidia a mis espaldas y la imagen de Thiago en el hospital frente a mí.

-Suelta ya mi mano. Suelta ya mi mano.- le dije con fuerza y convicción.- Suelta ya mi mano, estaré bien.-

Él pareció oírme. Confundido y con los ojos llenos de lágrimas, me soltó. Lloró como nunca antes había visto llorar a una persona. Su corazón se rompió al tiempo que el mío dejaba de latir. La imagen desapareció y yo suspiré. Temblaba. Cuando Lidia me abrazó, me sentí extrañamente aliviada. Comenzaba a sentir un extraño optimismo.

-¿Vamos?- dijo ella.

Yo asentí y caminé hasta mi ventanal, abrazada a mi mejor amiga.