Aún estaba de gira cuando la conocí. París, sí, fue ahí donde ocurrió. La banda tuvo un gran impacto allí, por lo que no tardaron en invitarnos. ¿El show? ¿Qué te puedo decir? Fue sensacional, el público estuvo impecable, siempre de pie, bailando y cantando nuestras canciones. De todas formas, no es mi intención contarte de la banda o del resto de la gira. Quiero contarte acerca de cómo conocí un amor puro y sensible, que aún anhelo volver a ver.
Se llamaba Janet, pero se apodaba así misma Jane. La conocí llegando al hotel, puesto que trabaja ahí. Vestía su uniforme; un saco verde oscuro sobre una camisa blanca. Debajo llevaba una falda que hacía juego con el saco. Su pelo castaño caía en una cascada lisa sobre su hombro.
Cuando fui a buscar la llave de mi habitación, noté como le temblaba la mano al dármelas. Le agradecí con mi pobre francés y ella se sonrojó. ¿Debo aclarar que quedé estupefacto cuando vi sus ojos de un verde esmeralda? Si no fuera porque uno de los chicos me llamó, aún estaría de pie viendo sus ojos en la recepción.
Aquella noche no pude dormir. Simplemente no dejaba de dar vueltas en mi cama, así que tome algo de valor y volví a la recepción. Ella seguía allí, mirando su monitor que desprendía un brillo azulado.
-Hey, ¿sigues aquí?- le dije.
Ella me sonrió.
-Sí, es mi horario de trabajo. ¿Desea algo señor?-
-¿Puedo hacerte compañía? No concilio el sueño.-
Ella no respondió, se limitó a sonreír de nuevo. No obstante, me negué a rendirme. Hablamos durante horas, hasta casi el amanecer, cuando me dijo.
-Ya terminó mi turno. Debo irme.-
-Te acompaño.- dije.
Creí que me miraría raro, como lo haría cualquier otra persona, pero finalmente accedió. Caminamos unas pocas cuadras hasta llegar a la parada de un autobús. No noté que había comenzado a llover hasta que ella sacó su paraguas.
-¿Sabrás volver?- me dijo mientras esperábamos.
-No es muy lejos tu casa, ¿o sí?- le pregunté. Ella sonrió.
-Tonto, no tienes que venir hasta mi casa.- luego continuó riéndose. No la detuve, su risa era muy hermosa y me hacía feliz. No pude evitar sonreír.
Cuando el autobús llegó, sin previo aviso, me besó en los labios. Un beso, tierno, dulce. Había vuelto al hotel y aún seguía sonrojado. Dormí pocas horas, puesto que los chicos insistieron en recorrer la ciudad. Como sabía que aún nos quedaba una semana ahí en París, me quede durmiendo. Al despertar, miré esperanzado el reloj. Aún faltaba una hora para que Jane llegara al hotel. Di vueltas por la habitación, hablé con mi familia por teléfono, vi la reseña del show y poco más hasta que dio la hora. Veloz, bajé a la recepción. Nos sonreímos al vernos.
-¿Tienes ganas de hacer algo divertido hoy?- le pregunté luego de hablar un rato.
-Ya bastante que me detengo a hablar contigo, ¿quieres que me echen?- dijo entre risas.
-Vamos… quiero conocer una noche de París.-
-No hay gran diferencia con el día.- dijo sonrojándose.
Me trepé al escritorio y me acerqué a su oído.
-Por favor…- le susurré.
-Espera aquí.- y luego desapareció detrás de una puerta detrás de la recepción. Volvió junto a una compañera, pero Jane ya no vestía su uniforme.
Me guió entre los lugares más famosos de París; La Torre Eiffel, El Arco del Triunfo y Las ruinas de Bastilla. A la hora de volver, creí que iríamos al hotel, pero Jane me llevó a su pequeño departamento en el centro.
No presté mucha atención a como estaba amueblado, porque inesperadamente Jane y yo nos vimos bajo una atmosfera de amor y pasión. Fue mágico.
Pasé la mañana siguiente ahí, con Jane entre mis brazos, viendo la televisión desde la cama. Caí en algo tan importante, tan real y doloroso, que lo había ignorado hasta entonces. Era 3 de Diciembre, por lo que hoy era mi último día en París. No quería irme, no quería dejar a Jane, pero tampoco podía dejar la banda. El corazón comenzaba a dolerme.
Cuando volvimos al hotel al anochecer, me encerré en mi habitación. Era mi última oportunidad, no tenía más tiempo. Tenía que decidirme, tomar el coraje y afrontar la situación. Tenía un nudo en la garganta, no sabía cómo actuar. Di unas trescientas vueltas por la habitación hasta que me decidí. Tomé una hoja de papel y un bolígrafo. Nunca me había costado escribir, pero esa vez cada palabra era un desgarro a mi corazón.
Ya eran las seis de la mañana y no había dormido nada. La banda bajó a la recepción, pero yo me tomé un minuto más. Al bajar, vi que ella no estaba en la recepción. Me alegré, en parte, porque así no tendría que ver su rostro al saber mi decisión. Anoté su nombre en el sobre y lo dejé sobre el teclado del ordenador.
Nos fuimos del hotel en furgoneta hasta la estación. El tiempo se volvía pesado, sentía el cuerpo helado. Finalmente llegamos a la estación del autobús. Con lentitud, una vez todo listo, me subí y me acomodé en mi asiento del lado de la ventanilla. Traté de ignorar el tiempo que pasé en París, tenía que enfocarme en el mañana, en el resto de la gira.
Entonces la vi, con los ojos llenos de lágrimas y con mi carta en la mano que la apoyaba sobre su corazón. Quizá estaba tan roto como el mío. Una parte de mí, la irracional y pasional, quería bajarse y olvidarse de todo. No hubo tiempo, puesto que el autobús emprendió su marcha. Ella levantó su mano y me saludó, yo mientras apoyé la mía sobre el cristal. No recuerdo si lloré o no en aquel momento, sólo sé que luego comprendí que me tuve que marchar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Cualquier crítica será aceptada, pero no las faltas de respeto.