sábado, 3 de agosto de 2013

Muñeca de trapo

Aquella mañana nublada y fría decidí tomar un té. Thomas, mi amor desde la secundaria, se había preparado un café. Nos habíamos casado tres años atrás, al terminar la universidad. Éramos felices, sé que Thomas me amaba como yo a él, pero hace un tiempo comencé a notarlo extraño.

Nos sentamos a desayunar en silencio. La mesa aún conservaba el mantel de la cena de ayer. Thomas ya casi no me miraba. Algo le preocupaba pero no sabía cómo ayudarle. Tom me decía que yo siempre sabía cómo consolarlo, pero ahora mis sentidas palabras no querían volar. Él siempre fue muy extrovertido y alegre, sin embargo hace días que lo noto frío y distante.

Ya estábamos terminando el desayuno cuando su teléfono comenzó a sonar. Su frío gesto se volvió una cálida sonrisa. Se dedicó a responder el mensaje y cuando acabó, su sonrisa y el brillo de sus ojos se apagaron de nuevo.

-¿Quién era?- le pregunté
.
Me miró un segundo y luego se volvió hacia su café.

-Nadie.- dijo al final.

Miré el reloj. Se hacía tarde y debía irme a trabajar.  Antes de salir Thomas me gritó desde el living.

-No estaré a cenar, no me esperes.-

No le respondí, ni le pregunté a donde iría, porque ya conocía la respuesta: “Me iré con unos amigos”. Aquella noche cené una simple pasta, pues no estaba de humor para prepararme algo mejor.  Me recosté sobre la cama y encendí la televisión, pero no daban nada interesante. Me aburría y lo echaba tanto de menos… ¿Acaso ha dejado de amarme? ¿Qué estoy haciendo mal? Tantas preguntas… tantas preguntas que nunca  escuchará. No sé que me sucede, pero no puedo hablarle. Mis miedos y dudas no las puedo disipar. Es lo que más quiero, pero no puedo expresarlo. Apagué la televisión e intenté reconciliarme con el sueño. No lo logré. A eso de las cuatro de la mañana oí llegar a Tom. Se acostó y al poco tiempo se quedó dormido. Qué suerte tenía.  Me acerqué para darle un beso en la mejilla, pero al hacerlo olí un perfume que no era mío.  Me quedé helada mirando el techo, con mil diablos susurrándome al oído. No me di cuenta cuando sonó el despertador, de la nada me encontraba haciéndome el desayuno.  Thomas se despertó y se le notaban los ojos cansados, pero extrañamente estaba feliz.

-¿A qué hora volviste? No te oí llegar.- le pregunté.

 -He vuelto a eso de las dos, dormías como un bebé.- respondió él mientras leía el diario.

¿A las dos? ¿Qué dormía como un bebé? ¿Por qué me estaba mintiendo? Tonta dijo una voz en mi cabeza. Te engaña con otra y no quieres abrir los ojos.


No. No podía ser cierto. Thomas me amaba lo sé.


-¿Qué hiciste anoche?- le pregunté, intentando sonar tranquila.

-Estás muy curiosa hoy.- dijo sonriendo.

Me hizo feliz verle sonreír, pero no podía dejar de sentir esa confusión en mi mente.


-Es solo que me preocupo por ti.- le respondí.

Tom no respondió. Siguió tomando su café en silencio. Dio la hora y se fue al trabajo y yo tuve que hacer igual. Trabajé muy mal aquella tarde. Por cierto, soy vendedora en un local de música y libros y se me da muy bien, pero hoy sin haber dormido nada, temí que fueran a despedirme. A poco tiempo de volver a casa, Tom me envió un mensaje “No estaré para cenar.” El día estaba soleado, pero yo sentía que llevaba conmigo una nube negra siguiéndome. ¿Debía responderle? ¿Acaso quedaré como una pesada? ¿Es que ya no vio a todos sus amigos anoche? Terminé sin responderle.


Al llegar a casa volví a sentirme aburrida y desanimada. Echaba tanto de menos a Thomas… y él no se daba cuenta, no me registraba. Me escocían los ojos. Me encaminé hacia la habitación y noté algo dorado sobre la mesa de luz de Tom.  Comencé a llorar. No debía, pues que se haya dejado su anillo de compromiso no significaba nada. Quizá se lo había olvidado, quizá le molestaba o le quedaba chico. O quizá le molesta a su amante dijo otra voz en mi cabeza. Me limpié las lágrimas y vi mis manos negras. Me fui hasta el baño para verme al espejo. Mis ojos eran cruces negras por el maquillaje corrido. No podía dejar de llorar. Quería gritar y la voz no me salía. Quería gritar lo que sentía por Thomas, que entienda que lo amaba. Me abrazaría al diablo sin dudar por poder lograr hablar.

Al día siguiente, luego de que Thomas se fuera al trabajo, decidí que no iría al trabajo. Me sentía fatal y ya era la segunda noche en la que no dormía nada. Thomas, el muy despistado,  se había dejado el teléfono. ¡Se había dejado el teléfono! Me abalancé sobre la cama en donde estaba tirado.  No era  correcto, no se debía, pero no podía evitar no revisarle sus mensajes. Esto era una violación a la privacidad de Thomas, pero… debía saber. Comencé a leer. Hubiese, sinceramente, preferido no hacerlo. ¿Conoces esa expresión “Ojos que no ven, corazón que no siente”?  Thomas se había estado mandando mensajes constantemente con una mujer.  Habían quedado para esta noche, otra vez, en el restaurante al que Tom me llevaba cuando éramos novios.  Tenía que verlos.  No podía ir normalmente a su encuentro, así que corrí hacia la peluquería. Mi pelo normal es de un castaño chocolate y muy largo. Fue un impulso irracional, increíble y estúpido pero sentí que debía hacerlo. No podía pensar con claridad. ¿Qué le iba a decir a Thomas cuando me viera? Me daba igual, seguro que ni cuenta se daba.  Me teñí de un rubio gris.

Ya daban las nueve, el horario en el que Tom se vería con ella. Era un restauran de alta gama, por lo que me puse un vestido negro. Era uno de mis favoritos, parecía una princesa con él.  Cuando llegué lo vi sentado de espaldas, sólo. Me senté cerca y me oculté el rostro con mi pelo.  Quince minutos de espera, llegó ella. Era una joven pelirroja, con las facciones suaves y unos profundos ojos pardos. Era joven y muy bonita. Verla hizo sentir que mi autoestima terminara en el infierno. Por un momento sentí deseos de terminar allí. ¿Qué más daba? ¿Qué diferencia había de allí abajo con aquí arriba? No tengo miedo al fuego eterno.  Al saludarse se dieron un apasionante beso. Un amor adolescente, caprichoso y prohibido. Se notaba al verlos.


No soporté la escena de amor, así que huí del restaurante. Lloré con el corazón lleno de pena. No sabía qué hacer. Estaba confundida. Amaba tanto a Thomas y no quería dejarlo.  Llegué a casa y me tiré sobre la cama. No quería hacer nada, sólo podía pensar en Thomas, en cuanto lo necesitaba de nuevo conmigo. Lo necesitaba para vivir, para seguir adelante. Pero me dolía, una parte de mí quería dejarlo todo y abandonar. Era presa de una cárcel de amor. Basta me dije. Él ya no me amaba, se había ido con otra. Yo debía hacer lo mismo, tenía que irme. Armé un bolso con mis cosas y escribí una nota. “A tu regreso estaré lejos, entre los versos de algún tango.”


Caminé despacio hacia la puerta. Sentía como mi corazón latía lentamente, lleno de pena y yo como una muñeca de trapo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Cualquier crítica será aceptada, pero no las faltas de respeto.