Luna estaba jugando con su ordenador portátil cuando escuchó sonar el timbre. “Ha llegado” pensó. Escuchó los pasos lentos y despreocupados de su hermano mayor, bajando las escaleras para abrir la puerta. Luna sonrió con ganas.
Estaba recostada sobre su cama. Su habitación era un poco pequeña pero a ella no le importaba. Vivía allí desde que tenía memoria. Su habitación estaba pintada de un suave lila y en ella colgaba los cuadros que Luna solía pintar. Tenía una ventana que daba al jardín. Era una noche calurosa y ella tenía encendida la lámpara de su mesita de luz. Allí tenía una foto de ella y de sus mejores amigas. Había encendido el ventilador de techo, pero era viejo ya y no era muy potente, sin embargo removía el aire y apaciguaba el calor.
Era una joven de 16 años, sencilla y guapa. Ella prefería llevar el pelo corto, pero una vez escuchó como él había dicho que le gustaban las chicas con el pelo largo. Desde entonces nunca más se lo había cortado. Ahora tenía un ondulado y castaño pelo que le llegaba hasta la cintura.
Mientras aún hablaba por Facebook con sus amigas, sentía como su hermano y su mejor amigo se acercaba a su habitación. Murmullos y luego dos golpes en la puerta.
-Pasen.- dijo ella.
Entonces su hermano Joel entró junto a su mejor amigo Blas. Joel y Luna eran muy parecido; ambos eran de baja estatura, menudos, y simpáticos. Joel llevaba su pelo ceniza hasta sus hombros. Tenía la mirada amable e insegura. Por otro lado, Blas era un chico alto y fornido. Tenía 20 años y estudiaba en la universidad. Su presencia era imponente, más su actitud era tranquila y no le gustaba llamar la atención. Tenía su pelo mojado y aplastado. Se había puesto una camiseta negra y unos jeans desgastados. Hace poco había vuelto de la playa y su piel estaba bronceada.
Blas había sido el amor caprichoso y secreto de Luna desde la primera vez que Joel lo llevó a su casa. Nunca se había animado a hablarle más allá de un saludo cordial y nervioso. Hoy, en cambio, planeaba poder tener una charla con él.
-¿Estás lista?- le preguntó Joel, devolviéndola a tierra.
-¿Para qué?- dijo Luna.
-¿Es que acaso no ibas a venir a la fiesta de tu hermano?- le preguntó Blas sonriendo.
-Sería la única cuerda en aquél lugar, además, con todos los ruidos que harán en el jardín, podré oír sus conversaciones.- respondió ella con otra sonrisa.
Ellos rieron y la dejaron sola. Al pasar dos horas, ya habían llegado todos los amigos de Joel. Luna se quedó tranquila en su habitación, viendo a Blas y como este se divertía con los demás. Siempre hacía eso. Había planeado hablarle, pero le había dado sueño y no había encontrado las palabras adecuadas. Decidió ir a tomar algo en la cocina. Estaba subiendo de regreso a su cuarto cuando alguien la llamó por su nombre. Se dio vuelta y vio que era Blas.
-Hey, Blas.- le dijo ella.
Él se acercó lentamente. Tenía el paso torpe por el alcohol.
-¿Cómo… cómo estás?- le preguntó cordialmente.
-Bien, ya estaba por ir a dormir.-
-¿Has estado viéndonos desde tu ventana?- le preguntó Blas inocentemente.
-Tengo cosas más importantes que hacer que eso.- le respondió ella sonrojándose.
Él volvió a acercársele de nuevo. Luna se sentía nerviosa frente a Blas. No podía creer que estaban cara a cara, aunque su conversación no era lo más romántico que ella hubiese esperado.
-Te… te…- intentó decir ella.- ¿Te aburriste de los chicos?-
Blas asintió riendo. Se acercó tanto que estaban a un beso de distancia. Él puso sus manos sobre la cintura de Luna y la besó fieramente. Ella le devolvió el beso, pero sentía algo raro. Su boca sabía a vodka. Una parte de ella estaba eufórica, quería saltar de alegría y se derretía en aquel beso tan esperado, pero por otro lado se sentía decepcionada. Él estaba muy ebrio. No podía evitar pensar que él la había besado por culpa del vodka. Gracias vodka, gracias. Terminó por pensar.
Cuando él se separó la miró a los ojos. La tomó por los hombros y volvió a besarla. La besó con tanta pasión que empezó a lastimarle los brazos. Luna comenzó a sentir dolor pero no dijo nada. Unos pocos segundos más y Blas aflojó la presión. La alzó a upa y la llevó a su cuarto. Se acostaron sobre la cama y siguieron besándose hasta que Luna comenzó a llorar. Se sentía abrumada por sus sentimientos.
-¿Quién es capaz de llorar en una fiesta así?- le susurró Blas al oído.
-Soy una niña que llora en las fiestas.- dijo ella pasando del llanto a la risa.
Pasó un rato más y Blas se levantó de la cama.
-Mejor vuelvo antes de que empiecen a sospechar.- le dijo a Luna.- ¿Sabes? Tu carita es como una rosa sin abrir.- y luego le guiñó un ojo.
Luna se sonrojó y no le respondió. Había logrado más de lo esperado aquella noche. Se había besado apasionadamente con el chico de sus sueños, aunque nunca imaginó que terminaría con un gran dolor de brazos.
Se quedó dormida al poco tiempo. Al día siguiente Luna se las ingenió para conseguir el Facebook de Blas y hablarle. Se pasó toda la tarde hablando con él, hasta que este tuvo que dejar el ordenador y marcharse. Pasó toda una semana de la misma forma, ella entrando a Facebook esperando a hablarle y se deprimía terriblemente si no estaba conectado. Al mismo tiempo, nada ni nadie podía quitarse su tierna sonrisa al ver cuando se conectaba. Casi rompe al tirar su ordenador portátil cuando Blas la invitó a salir.
Sin que Joel se enterase, se encontrarían en una plaza, cerca de la casa de Luna. Ella, impaciente y nerviosa, llegó diez minutos antes. Aburrida, se sentó en un columpió y comenzó a darse envión sola. Había llegado a una gran altura cuando vio a Blas acercarse. Dejó de columpiarse y caminó hacia él. Blas la saludó con un beso. Un beso inesperado e incluso mejor que los que habían tenido aquella noche. Ahora esta sobrio se dijo Luna, feliz. Dieron varias vueltas por la plaza, luego por el barrio hasta casi el anochecer.
Luna volvió a su casa, aunque casi se pierde por tener la mente en otro lado. Lo adoraba, quería estar siempre con Blas. No podía dejar de pensar en él, ni tampoco quería dejar de hacerlo. Sentía que lo era todo para él.
Luna y Blas comenzaron a salir regularmente. Iban a la plaza, a la casa de Blas, al cine, pero nunca a la casa de ella, porque no querían contarle a Joel sobre sus salidas. Luna estaba realmente enamorada y una vuelta que había ido al cine, ella le confesó su caprichoso amor. Blas la abrazó con fuerza y la besó apasionadamente, dándole a entender que él sentía lo mismo.
Pasaron dos meses más. Luna creía que había encontrado a su alma gemela. Vivía para él y nadie más. Estaba todo el tiempo con él y no le importaba. Sin embargo, una tarde en la plaza, cuando Blas la saludó con un beso, Luna sintió un sabor extraño. Intentó reconocer el sabor. Era alcohol. Blas había tomado alcohol en pleno día. Luna, inocente, ignoró el sabor y pasó el resto del día con Blas, incluso durmió con él en su casa. Le llamó la atención ver una botella de vodka en la mesa de la cocina, pero cuando iba a preguntar sobre aquello, Blas la besaba y ella olvidaba sus dudas.
Así corrieron varias semanas más. Cada vez que se veían, Luna sentía el sabor del alcohol en los labios de Blas. Se había comenzado a preocupar de sobre manera, incluso juntó el valor para preguntárselo. Blas se enfadó muchísimo cuando Luna le pregunto si tenía problemas con el alcohol. Se enfadó tanto que estaba fuera de sí. La insultaba sin asco. Luna, asustada, intentó consolarlo, pero él le dio un empujón y la tiró al suelo. Cuando a Luna se le escapó una lágrima de angustia, Blas se recompuso. Le pidió perdón y le perjuró que nunca más volvería a pasar. Le ayudó a incorporarse y Luna lo perdonó. No es su culpa, se dijo, es culpa del alcohol.
Pero algo extraño comenzó a pasarle a Luna. Blas era muy apasionado, cumplió su promesa de dejar de tomar, pero con su pasión, también incrementó su fuerza bruta. Se le notaba la falta de alcohol. Luna, para evitar que este se tentara, le escondió todas las botellas que Blas tenía en su casa. Cuando se enteró, volvió a suceder. Blas en un estado de ira, le exigió que le devuelva el alcohol, que no era necesario que se lo quiten, que podría controlarse. Entonces Luna se sintió decepcionada, pues Blas no había dejado el alcohol, sólo que no tomaba cuando iban a verse.
Luna pasó un año perdonando a Blas por su alcoholismo. Todos los días Luna le pedía que dejara el alcohol, que buscara más ayuda pero solo conseguía regresar a su casa más y más lastimada. Cuando ella comenzaba a llorar por el dolor, Blas comenzaba a gritarle perdón una y otra vez. Luna no podía evitar perdonarle. Ella lo necesitaba. Quería estar con él. No podía dejar de pensar en él. Pero por otro lado, a veces Luna deseaba morir. A veces, las heridas eran muy grandes para que ella las pudiera soportar.
Una tarde, Luna lo esperó a Blas en la plaza. Llevaba puesto un abrigo liviano, pero lo suficientemente grande como para tapar las heridas de los brazos. Como había olvidado su teléfono, le preguntó a un sujeto al pasar qué hora era. Blas los vio cuando llegaba. El sujeto siguió su camino y Luna le agradeció. Blas y luna se saludaron con un beso. Ha tomado de nuevo pensó ella. Sin decir nada del tema, fueron para la casa de él. Luna se encontraba agotada, muy cansada. No sabía si podría seguir resistiendo los golpes de Blas. Le dolía el cuerpo. Con sumo cuidado y miedo, le pidió un tiempo. Ella también sufriría la separación, pero necesitaba que sus heridas sanaran. Él no lo entendió. Él no comprendía el dolor que le generaba a Luna.
-¡Quieres verte con otro! ¿Verdad? ¡Puta!- le gritó.
-¿¡Qué!?- chilló Luna desesperada.- ¿Ver a otro? ¿Te has vuelto loco?-
Luna salió de la habitación de Blas y se encaminó hacia la cocina, donde había una puerta que daba a la calle. Cuando Luna estaba por salir, Blas le agarró un brazo con exagerada fuerza y tiró de ella.
-¿A dónde vas? ¿A verte con él?- le dijo lleno de odio.
Blas le dio otro golpe y Luna cayó al piso. Estaba llena de dolor y pena. Blas tuvo un pequeño lapsus y comenzó a rogarle perdón. Había comenzado a llorar y a dar vueltas por la cocina diciendo que no volvería a hacerlo, que le daría el tiempo que ella necesitaba. Luna aprovechó la ocasión para tomar un cuchillo. Iba a matarlo. Lo odiaba. Había sufrido demasiada humillación. Blas le pidió que deje de ver a sus amigos, que eran mala influencia para ella. Luna, inocente, aceptó a medias. Aún seguía viendo a sus mejores amigas, pero había perdido contacto con muchos. Todo era culpa de Blas. Su dolor, su miedo, su dependencia ficticia. Ella creía que lo necesitaba y ahora se daba cuenta que no era cierto. Aquel golpe había sido el último. Sólo tenía que darle un golpe directo en el corazón y se acabaría el problema.
Tomó el mango del cuchillo con fuerza. Se incorporó y se tiró sobre Blas, pero este se dio vuelta justo a tiempo y le agarró la mano con el cuchillo. Se tironearon con fuerza. Blas le había agarrado del pelo y había comenzado a tirárselo con fuerza. Luna comenzaba a sentir la sangre sobre su cuero cabelludo. “Un poco más y habrá acabado” se dijo. Pero Luna comenzaba a cansarse. Las heridas de sus brazos comenzaban a jugarle en contra y a dolerle a causa de la fuerza excesiva. Luna empezó a llorar. Todo ese dolor no era culpa de él, sino de ella misma. Se había estado matando sola, porque aún sentía amor por esa bestia.
Blas consiguió quitarle el cuchillo a Luna y, entre el enojo y la locura, se lo clavó en el pecho. Cuando la sangre brotó de la herida a la mano de Blas, este se asustó. Se asustó tanto que huyó. Abrió la puerta y corrió dejando sola a Luna mientras caía al suelo.
Tan pálida. Tan quieta. Tan débil. Así la encontraron la noche del 16 de Julio. Cuando la ayuda llegó ya era tarde. La sangre se había derramado por el suelo. La fiesta había terminado y Luna había dejado de llorar.
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