sábado, 3 de agosto de 2013

Sentado en el banco

Sentado en el banco.


El cielo se vestía con algunas nubes grises de algodón, anunciando lluvia, pero no nos importaba a ni a Mía ni a mí. Como solíamos hacer tarde de por medio, nos juntamos en el parque del  barrio. La intención era estudiar, pero de eso sólo llegábamos a las dos hojas, después eran horas de risas y juegos, o de contemplar el parque. Mía era un año más chica que yo, pero era tan madura o más como las de mi edad. Llevaba el pelo castaño largo y rizado, con una sencilla trenza que comenzaba a los costados y se ataba en un pequeño nudo en la parte de atrás de la cabeza. Era muy juguetona, nunca se estaba quieta mucho tiempo. Tenía una sonrisa contagiosa, de esas que te animan más allá de tu estado de ánimo junto a sus ojos del color de la miel, siempre brillantes.


Nos conocemos desde hace mucho tiempo, de muy pequeños… digamos desde que se mudó a pocas cuadras de la mía. La primera vez fue en este mismo parque, cuando nuestras madres nos trajeron en un paseo. Lo cierto es que desde siempre hemos congeniado bien, yo era el cable que sostenía a Mía en la tierra, y ella era quién me animaba a ser un ser sociable, y me guiaba en el mundo de las travesuras. La parte divertida era para ambos, claro, pero el castigo siempre recaía en mí. No me quejo, siempre me sentí en la necesidad de sobre protegerla. Era una persona muy especial para mí.


Aquella tarde nos habíamos juntado para que yo le ayudase con matemática, pero, como siempre, no llegamos muy lejos. Mía me tomó de la mano y caminamos a través del parque. El lugar era una gran manzana, arbolada con sauces, robles y algún pino perdido. Era un lugar de lo más verde, tranquilo y alegre que podrías encontrar en el barrio. Todas las tardes se llenaba de gente, de familias, de abuelas con nietos, de parejas, de conocidos y de extraños, que solían dar la vuelta al parque chusmeando las chucherías que vendían los tipos de la feria.


Íbamos caminando entre la gente, muy cerca el uno del otro, hasta que Mía me miró y noté aquel brillo especial, cuando se acercaba el momento de una travesura. Dicho y hecho, volvió a tomar mi mano tirando con fuerza.


-¡El último en subir al árbol es un lelo!- gritó sonriendo.


Sí, a veces no éramos tan maduros como lo pinté antes. Después de aquél grito, comenzamos una carrera a toda velocidad. Corrimos a través la feria, saltando raíces perdidas, esquivando gente, chocando a algunos, empujando a otros. La cosa era llegar primero al árbol y treparse. Al final iba a ganar, pero mi lado sobre protector me impidió hacerlo.  Intentando no ser obvio, la dejé tomar distancia para que ella subiera primero. Nos subimos a las ramas de un gran sauce y comenzamos a reírnos descontroladamente.


-¡Gané otra vez!- dijo ella triunfante.

-No es justo, eres mucho más menuda que yo, eres más ágil.- me quejé en tono burlón.


Ella se rió y llamó la atención de la gente, que nos miraba mal. Incluso una señora pasó cerca del árbol y les susurró a unos niños.


-No se junten con esta gente rara, ¿sí niños?-


Yo me quedé en silencio después de aquél comentario, un poco avergonzado de haber corrido a través de la feria con tanta gente mirándome, pero Mía se encogió de hombros.


-Bah, los raros son ellos.- susurró.


La miré mientras se recostaba sobre la rama donde se encontraba. Vestía un suéter de lana de color crema que le iba grande y unos jeans azules un poco gastados. Nos mantuvimos en silencio, observando a la gente pasear. Ella sonreía distraída mientras que yo en secreto deseaba comerle la sonrisa a besos, pero nunca había tenido el valor para demostrarle lo que sentía. Tenía miedo de que al saber, ella pudiera distanciarse de mí. No podría con eso, así que mantuve oculto todos mis sentimientos todo este tiempo.


-Creo que ya va siendo hora de volver a casa.- me dijo ella que me miraba desde una rama más alta.


Asentí con la cabeza y le ayudé a bajar del árbol. Me sostuvo la mano unos segundos más, luego me besó en la mejilla en un tierno saludo de despedida.


-¿Nos vemos pasado mañana?- me preguntó con falsa inocencia.


-¿Y si te digo que no?-


-Lloraré mucho, hasta que nos volvamos a ver.- respondió sonriendo, sabiendo que le diría que sí. Yo negué con la cabeza, indignado.


-¿Por qué preguntas cosas tan obvias? Sabes que te diré que sí.-


Ella se encogió de hombros.


-No siempre las cosas son tan obvias.-


Dicho eso, Mía comenzó a caminar hasta su casa. Sólo se giró para sonreírme y saludarme con la mano para después seguir el camino sola.


Los días en que no la veía en el parque se volvían más lentos y grises, pero con el tiempo uno va aprendiendo a sobrellevarlo. Iba al gimnasio, bastante, o leía demasiado para poder distraerme. Buscaba cosas que me llevaran tiempo y donde necesitase pensar, porque si no, era capaz de quedarme sentado en mi cama, mirando la foto de Mía en el marco que tenía en mi estante junto a mis libros favoritos.


Estaba recostado leyendo cuando sonó el teléfono. Ya era bien entrada la noche, y no me ocurría quién podía ser. Atendí y el corazón se me aceleró al escuchar su voz.


-¡Eh Fran!- me saludó Mía.- ¿Estabas ocupado?-


-No niña, solo estaba leyendo. ¿Estás bien?- 


-Sí, sí, sólo que tengo que comentarte algo y no aguanto a mañana.- dijo riendo. Intenté recordar aquella risa nerviosa, era música para mis oídos.


-Dime no más.- le dije curioso.


Ella rió ante lo que tenía que decir.


-Es una gran primicia, ¿sabes?-


-Ahora me da mucha curiosidad saber de que trata, Mía.- le contesté sonriendo.


-Bueno… serás el primero en saber que por fin me he enamorado.- confesó nerviosa.


Yo me quedé en silencio, en estado de shock.


-¿Estás ahí?- me preguntó luego de un minuto.


-Sí… es sólo que no me lo esperaba…- le contesté.


Ella volvió a reír.


-¿Quieres saber de quién?- preguntó.


Si no es de mí, no me interesa. Te he perdido y ya no siento interés de nada. Hubiese querido contestar eso, pero sólo lograría desanimarla o deprimirla.


-Por favor, muero de ganas.- le mentí lo mejor que pude.


-De Joel.- dijo rápidamente.- ¡Y hoy me ha dicho de vernos mañana otra vez!- agregó emocionada.


-¿Ah sí? ¿Dónde?-


-Yo le dije que nos veamos en el parque, me pareció el lugar indicado. ¡Quiero que vayas mañana al parque, ¿sí?!- me ordenó.


Yo no pude evitar reírme ante la idea.


-¿Para qué me quieres en el medio?-


-No estarás en el medio… pero sé que si estás ahí tendré la confianza que necesito para estar en una cita con él.-


No me puede estar diciendo esto.


-Ehm… bueno, iré. Llevaré a Xabi de paso, así no estoy solo.- dije riendo.


-¡Oh sí! Es toda una ternurita ese pequeño cachorro.-


-Eh, ya tiene un año y medio.-

Ella rió y nos quedamos en silencio por un rato.


-Fran… no sé que ponerme.-


-Ponte ese vestido que siempre te gustó.- le sugerí.


Estarás muy bien de todas formas. Cómo envidio a ese suertudo.


-¿Ese que nunca usé?- dijo riendo ante la ironía.


-Exacto. Usa ese vestido y caerá ante ti. Si no, es un idiota.-


Mía volvió a reír y a quejarse de que siempre exageraba las cosas. No hablamos mucho más, se limitó a pedirme algunos consejos para afrontar lo de mañana y luego se marcho. ¿A mí quién me aconseja ahora? Hubiese querido preguntarle. Estaba de lo más desanimado, pero no podía negarme a ir mañana, no después de que me lo había pedido así. Me acosté en mi cama e intenté dormir lo más que pude. Fue extraño sentir que no había un motivo por el cual levantarse al día siguiente.


Aquella tarde había llegado más temprano, y como le había dicho a Mía, mi perro Xabi me había acompañado. Era un labrador negro tan travieso e inquieto como ella. No por nada se llevaban bien.


Me había puesto mis viejos jeans azules y mi campera gris con estampado militar. Estaba dando la vuelta al parque con Xabi cuando escuché mi nombre.


-¡Fran!-


Verla allí, mas radiante que nunca, me causó una dolorosa felicidad. Llevaba un vestido de color crema de lino, con pequeños detalles florales  en los bordes de la falda y en los tirantes. Se había maquillado, cosa que no muy frecuentemente hace, y se había puesto pequeñas flores entre su trenza atada.


-Estás… muy bien.- le dije cuando la tuve frente a mí.- Veo que seguiste mis consejos.


Se acomodó un mechón de pelo por detrás de la oreja, con una extraña timidez. Creí, por un momento, que iba a ruborizarse.


-¿Tu crees?- dijo ella.- ¿Crees que le gustaré?- preguntó con timidez.


-Si no lo hace, no sabrá lo que se pierde.- respondí yo.


Mía rió y me besó en el cachete.


-Eres el mejor amigo que alguien puede tener. Gracias por tanto.-


Ahora me tocaba reír a mí por culpa de los nervios.


-Exagerada.- dije intentando no desmoronarme.


-¿Yo? Nada que ver.- dijo mientras miraba detrás de mío.- Ahí viene. ¡Deséame suerte!- agregó mientras se iba alejando.


-¡Suerte!- le grité yo sonriendo.


Comenzó a alejarse de mí y por un instante vi a la pequeña niña que corría por el parque conmigo. Fue un momento, porque después de aquello vi a esa misma niña crecer de golpe. Era una mujer que iba camino a encontrarse con la persona que ella había elegido. Fue duro verla irse frente a mis ojos, después de tanto. Sentía cosas por Mía desde hace tiempo, pero nunca me había animado a decirle nada. Ya era tarde, claro. Me sentí raro al verla con aquél sujeto. Él era bueno y amable, según me habían contado, pues nunca le había conocido personalmente. Se los veía bien juntos. Ella le regalaba una sonrisa especial mientras él le acariciaba la mejilla para luego besarla. No me dolió como yo creía que dolería. Siempre había pensado que el amor era un acto egoísta, dulce, pero egoísta a fin de cuentas. Quieres a esa persona sólo para ti, sin importar nada. Pero allí estaba, viéndola feliz con otra persona. ¿Qué al fin de cuentas no es lo importante cuando amas a una persona? ¿Uno no busca que el otro sea feliz? Yo estaba feliz por ella. ¿Qué si la persona indicada para Mía no era aquél chico? Quizá lo nuestro era algo de lo que nunca pudo ser.


Sé que si Mía es feliz, entonces yo también lo seré. Podría vivir con ello, al menos por el momento. Algo en mi interior me decía, sin embargo, que no perdiera la fe. No lo haría, claro, porque Mía algún día me necesitará para algo y allí estaré, esperándole, sentado en el banco.







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