sábado, 3 de agosto de 2013

La dulce locura del vestido azul

Eran las tres de la tarde, con el sol de verano sobre mi falda. Fabián fumaba sentado al lado de la puerta ventana sentado en un banco, mirando los autos pasar por la calle. Estábamos en mi casa, bueno, por decirlo de una forma. Era un mono ambiente de un piso. Era luminoso, hasta cierto horario, pues el edificio de enfrente me bloqueaba la luz del sol cuando éste comenzaba a esconderse.  Las paredes no estaban pintadas, por lo que se veía el ladrillo. Cuando entrabas por la puerta principal, veías la puerta ventana donde ahora estaba Fabián, un sillón de tres cuerpos de gamuza, color azul grisáceo, frente a dos mesitas cuadradas donde apoyaba unas carpetas y libros para estudiar. Ahora mismo había una taza de café aún sin lavar, todo esto sobre una alfombra felpuda del mismo color del sillón. Frente a las mesitas estaba mi mueble de madera, al cual le había agregado una pieza de madera a lo largo para colgar una lámpara. Ahí solía tirar las cuentas y algunas chucherías que me regalaban o encontraba por la calle y donde reposaba mi notebook. Al lado de la puerta ventana había un cartel sobre un concurso de pinturas, al cual Fabián había asistido. El cartel me había gustado, así que pedí llevármelo. No fue fácil, es una larga historia, pero finalmente fue mío. Luego había una planta de esas que no tiene flores, si no que son como bolitas blancas sobre las ramas largas. No soy buena con las flores, así que tendrás que intentar imaginar que clase de flor estoy describiendo. Un poco más lejos, hacia la derecha (siempre mirando desde la puerta principal) está la mesa para cuatro, con sus cuatro sillas a juego frente a otra ventana.  Hacia la pared de la derecha, estaba mi cama para uno, por lo que nos teníamos que arreglar cada vez que Fabián venía a dormir a casa, cosa bastante seguida. En la misma pared que estaba la puerta principal, estaba la cocina. Era eso, una cocina y tres muebles más donde guardaba la vajilla y los elementos para cocinar. Parecía que estaba vacío, entre el  poco amueblado que tenía y el inmenso espacio. De todas formas me gustaba, pues tenía el espacio suficiente para hacer lo que quería.

-¿Quieres hacer algo hoy?- le dije a Fabián.


-Podemos ir a dar una vuelta a la playa.- dijo él mientras daba unas pitadas a su cigarrillo.


-Prefiero no ir a la playa hoy, ya que mañana tendremos que ir a la noche.- le respondí yo mientras me vestía. Me había puesto una remera púrpura sin mangas y unos shorts de jean gastados. – Creo que me gustaría quedarme en casa hoy.-


Fabián me miró a los ojos. Era un muchacho atractivo, de pelo castaño y unos grandes ojos negros. Tenía una remera blanca que se le adhería al cuerpo y unos jeans azules. Tenía la tez latina, lo que hacía juego con su pelo. Sus labios eran carnosos y me volvían loca. La forma clara e imponente que tenía de hablar me enamoraba. Era de personalidad muy sincera, siempre diciendo las cosas de frente. A veces le generaba peleas, algunas llegando a los golpes, pero él lo seguía viendo como una virtud, no como algo malo. Lo conocía hace años, de hecho, hicimos juntos toda la secundaria. Ahora teníamos veinte años los dos. Fabián estudiaba arte en la universidad, y yo estudiaba el profesorado de historia.

-No importa, yo tengo que ir a hacer unos trámites por el centro y quedaré con los chicos para hoy a la noche, si no te molesta.- dijo sonriendo pícaro.

-No, no hay problema.- le dije devolviéndole la sonrisa.

Fabián terminó de fumar y se acercó a mí para ayudarme a cocinar. Ayer habíamos ido a una fiesta, aunque volvimos temprano los dos somos de dormir mucho, por lo que habíamos despertado hace poco. Preparamos su comida favorita; tortilla de papas. Comimos en la mesita que tenía en mi balcón, al cual entrabas por la puerta ventana. No faltaba mucho para que sean las cuatro de la tarde, y el sol ya estaba por quedar totalmente bloqueado por el edificio de enfrente.

-¿Qué trámites vas a hacer?- le pregunté mientras él devoraba la comida.

Sin mirarme a los ojos, tragó la comida y bebió un largo trago de agua fría antes de contestar.

-Sacaré el registro para conducir.-

-¡Que bien!- le dije yo.-Ahora podremos recorrer la ciudad sin necesidad de esperar autobuses.-

Él sonrió, pero sus ojos no mostraron verdadera alegría. Lo dejé pasar, él era muy sincero, si algo malo le sucediera, me lo contaría.

A la hora, ya se había ido, la casa había quedado acomodada y las plantas regadas. Como estaba aburrida, imaginé que sería bueno ver a mi mejor amiga un rato para charlar.

-¿Hola?- dijo Anita, mi mejor amiga, cuando la llamé a su celular.

-Anita, soy yo, Dani.- le dije.- ¿Cómo estás?-

Ella tardó en responder, sentí un cuchicheo del otro lado de la línea. Estaba con alguien.

-Bien, Dani, estoy ocupada, trabajando en un proyecto para mi clase de dibujo técnico.-

-Oh… ¿no necesitas ayuda? Puedo ir a tu casa ahora mismo, o si quieres podes venir a mi casa a relajarte…-

-¡No!- dijo ella.- Digo, no es necesario, Dani, ya estoy con un grupo de compañeros haciendo el trabajo. ¡Gracias por llamar amiga, te quiero!-

Y colgó el telefono.

-¿Te… quiero?- dije entre dientes, confundida.

Anita estaba con alguien, y no era un grupo de compañeros. Lo sabía, su tono de voz era sospechoso, la conocía muy bien. Era como una hermana para mí. La conocía de toda la vida, pasamos muchas cosas juntas desde la primaria. Era menuda, con el pelo rizado y rojizo. Sus ojos eran brillosos y  del color del ámbar. Muy atractiva, siempre buscada por los hombres.

Ella nunca antes me había rechazado tan cortante. Yo conocía a su grupo de compañeros, ¿qué problema había en que yo fuera a ayudarles? Tarde o temprano, Anita tendría que decirme la verdad.

 A la noche siguiente, después de pasarme todo el tiempo pensando en lo que Fabián estaría haciendo y con quién andaría Anita, tuve que arreglármelas para ver que me ponía para la fiesta. En realidad, lo tenía bien claro. Me había puesto el vestido azul que mi novio me había regalado. Era un fino pero corto vestido, con la parte de arriba lisa y escote en u, y la falda suelta. De los pocos vestidos que me gustaba como me quedaban cuando me veía al espejo. Mis largos bucles rubios tirados hacia adelante iban hasta mi cintura. Mi rostro, bueno, era lo que tenía y no podía arreglarlo. Era redondo y tenía las mejillas rosadas casi siempre. Fabián siempre me dijo que mi rostro era muy bonito, y que mis ojos verdes le daban mucho brillo. Nunca le creí.

Me vería con él en la entrada de la fiesta, pero ya casi llegando, recibí un mensaje de él diciendo que no podía ir, ya que se sentía muy mal del estómago. Me llamó la atención que me pidiera volver a casa, porque siempre fue de dejarme hacer lo que quería. Como ya estaba arreglada, opté por lo menos pasar un rato a tomar algo. La playa no quedaba muy lejos de mi casa, así que podía volver cuando quisiera.

Los organizadores colocaron cuatro columnas de madera creando un gran rectángulo techado de paja a dos aguas. Del techo colgaron luces de colores y una enorme, rodeada por otras más pequeñas, esfera de vidrios que giraba perezosamente de un lado a otro.  A un costado del lugar había una barra inmensa donde vendían alcohol.  La gente, que era mucha, bailaba alegremente sobre la arena con la música a todo volumen. Había mucho humo y papeles por la pista de baile. Yo me salté esa parte, porque bailar sola no era algo que yo considerase divertido. Tomé un trago de la barra del bar, y fue directamente al mar.

Calmo y oscuro, débilmente iluminado por la luna. Caminé junto al mar durante un rato. Me había encontrado con varias parejas en situación romántica. Los envidiaba, la noche era perfecta para estar con alguien. Casi no había luz artificial si te alejabas un poco de la fiesta, y la noche estaba oscura por culpa de las nubes que tapaban la luna. De hecho, no me di cuenta por donde iba hasta que pisé la ropa de una pareja, quienes estaban teniendo una apasionada noche en la playa. No vi sus rostros, pero veía sus cuerpos muy juntos. Noté que habían parado un instante, y creí que había sido por mi culpa.

-Lo siento.- susurré totalmente avergonzada. Di la vuelta y me alejé de la feliz pareja. 

Aquella situación me obligó a llamar a mi novio. De pie, mirando al mar, lo suficientemente lejos de la pareja como para no escuchar nada, pero lo suficiente para seguir viendo la silueta de sus cuerpos. No contestaba su celular, lo que me preocupaba. Seguro dormía, pero mi situación me impedía no insistir. Volví a llamarlo mientras retomaba mi caminata, ahora más atenta por donde iba para no interrumpir a la pareja. Una y otra vez lo llamé hasta que sentí que estaba escuchando su tono de celular. Primero el de llamada, luego el de mensaje de una llamada perdida. Cuando llegué a la pila de ropa tirada sobre la arena, vi un celular brillando y sonando, con la misma cantidad de llamadas perdidas, y mi nombre en la pantalla. Curiosa, apunté con la linterna del celular hacia la pareja.

Él era un muchacho atractivo, de pelo castaño y unos grandes ojos negros con la tez latina, lo que hacía juego con su pelo. Sus labios eran carnosos y en lo personal era algo que me volvía loca en los hombres. Ella era menuda, con el pelo rizado y rojizo. Sus ojos eran brillosos y del color del ámbar. Muy atractiva, a mi parecer. Ambos estaban muy enamorados, podía verlo en los ojos de los dos. Ella se alarmó al verme, y parecía que iba a llorar de la vergüenza. Yo, para evitarlo, di varios pasos hacia atrás.

-Dani… perdón.- dijo ella.

¿Cómo sabía mi nombre aquella mujer? Nunca antes la había visto, pero no podía negar que la encontraba muy familiar. En ningún momento dejé de caminar hacia atrás, mirándolos. Se separaron y vistieron rápidamente. Yo me asusté, porque ver a dos extraños seguirte y llamándote a gritos por tu nombre, era algo alarmante. Corrí hacia la fiesta, con el corazón latiendo a mil por hora. Quería llorar y no entendía por qué, supuse que por la vergüenza de interrumpir a dos extraños y que estos te persiguieran gritando tu nombre. Tomé el primer taxi que encontré y me escondí en mi casa.

Al día siguiente desperté sola, con el vestido azul manchado por vino, en mi sillón. Mi casa estaba dada vuelta. Me dolía el pecho y mi maquillaje corrido indicaba que había pasado la noche llorando. Guardaba enojo mezclado con tristeza. Recordaba la noche anterior como algo que había sucedido hace mucho tiempo.

Con total desgano, me preparé algo para comer. Vi el reloj y era apenas pasado el medio día. Apenas tenía hambre, apenas tenía ganas de cocinar, apenas tenía sentido lo que hacía. Cuando giré mi vista hacia la puerta ventana, lo vi de pie mirando hacia la avenida. Corrí a abrazarle, a decirle que lo amaba y que le perdonaba todo. El me vio correr hacia él, y cuando lo abracé, ya no estaba. Se había esfumado.

Así pasaron los días, con él aparecieron y desaparecieron todo el tiempo. El sol ya no estaba, el correr del tiempo se hacía más lento. Comencé a sentir que las cosas no servían para nada. Todo me recordaba a él, y dolía. Poco a poco fui vendiendo todas mis cosas. El sillón, la notebook, la cama, la cocina… sólo me quedó una silla y un espejo de pie roto y antiguo, además del vestido azul que aún llevaba puesto. Durante el día me pasaba mirando el espejo, contemplando escenas de ellos dos, amándose. Anita era mejor para él, compartían la forma de ver al mundo. Yo siempre se lo discutía. Ella era más guapa, siempre lo fue. Más lista y vivaz. ¿Por qué iba a quedarse conmigo? Durante las noches subía al tejado del edificio. Allí miraba la playa oscura, con una luna sin brillo. Al ver la luna, no podía evitar recordar los fríos abrazos en el mar. Tiritaba de frío, en las noches de verano.

Una tarde gris, como tantas otras desde aquella vez, el timbre de casa sonó por primera vez en tanto tiempo. Admito haber olvidado casi como era ese sonido. Cuando abrí la puerta, sin preguntar, vi que había una joven muchacha. Era muy parecida a mí, de pelo largo, ojos claros y una cara de facciones redondeadas. Tenía unas sandalias, shorts de jean y una remera azul.

-Hola.- dijo ella sonriendo.

No le respondí, me limité a mirarla seriamente.

-Eres Dani, ¿verdad? Soy una amiga de Fabián. Me ha hablado mucho de ti.- dijo sin dejar de sonreír.- ¿Puedo pasar?-

Yo me encogí de hombros, porque ya todo me daba igual.

-Soy Alma. Fabián me ha contado del incidente… y de que no han hablado desde entonces.- dijo ella mientras se ponía frente al espejo roto.

Me senté en la silla, quedando ella entre el espejo y yo.

-Sí, bueno, no tenía en interés en hablarle. Entiendo que se haya ido, solo me quedaba cumplir mi condena. Ya es bastante dolorosa como para encima tener que verlo con otra. Decidí apartarme de su vida, aunque ya no me quede nada sin él.-

-Oh Dani.- dijo arrodillándose y mirándome a los ojos.- Él también está muy dolorido por lo que pasó. Quiere hablar contigo, pero no se anima a buscarte, teme que te ponga mal.-

-Tiene razón.- dije mientras huía a su mirada.

-Dani, créeme, será mejor para ambos si logran hablar del asunto. Mira como esta herida mal sanada te ha consumido. No vale la pena seguir así, ¿verdad?-

Yo negué con la cabeza. El pecho me dolía, a la altura del corazón, donde tenía una mancha de vino en el vestido.

-Sé donde vive, si me acompañas, juntas podemos buscarlo y hablar.-

La miré a los ojos y supe que tenía toda la razón. Me dolía mucho el pecho y estaba cansada. Tenía el alma atormentada.

Nos pusimos de pie encaminándonos a la puerta. El pecho me dolía mucho y la mancha de vino se expandía sin sentido. Miré mi casa vacía con nostalgia. Algo me decía que sería la última vez que la vería.


…La encontraron gracias a un vecino que dio el aviso de que algo extraño sucedía. Por lo que nos informaron, la joven se encontraba en su casa, sola. El vecino, quien aseguraba que la chica no recibía visitas hace mucho tiempo, la escuchó hablando sola. Cuando se acercó a la puerta, la escuchó gritar. Intentó derribar la puerta, pero no pudo abrirla. Al llegar la policía, la encontraron muerta con un vestido azul y un cristal clavado en el pecho…

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